Birmania. Primera parte.


Las dos últimas semanas concentran tal cantidad de situaciones inéditas y experiencias inolvidables, que a penas sabemos por dónde empezar a contarlas o cómo resumirlas.
Después de que desapareciesen las últimas secuelas que quedaban de la fiesta de nochevieja en Rangon (Tailandia), el 2 de enero por la mañana embarcamos en uno de los botes que nos permitiría  cruzar 10 km de mar para llegar a Birmania, en la ciudad de Khathoung. Estos paseos en barco, que en el sur del país se convertirán casi en habituales por falta de puentes, nos hacen temblar cada vez que aparecen en nuestra ruta, ya que nos da miedo tener que buscar a nuestras queridas bicis en el fondo del mar/río, o lo que toque cruzar...
Habiendo llegado a la otra orilla y llenos de emoción, intriga y euforia, nos dispusimos a buscar el edificio de inmigración para poner un nuevo sello a nuestro pasaporte y comenzar nuestra aventura hacia el norte. La cual no empezó sin trabas, ya que en la oficina de inmigración nos dijeron que no era posible salir de los confines de aquella ciudad en bicicleta ni moverse libremete a lo largo de toda la región sur del país. Después de varios intentos de negociación, de que nos denegasen un “permiso especial de las autoridades” y sin conocimientos suficientes para poner en duda la veracidad de sus argumentos (nos hablaban de peligros: “no hay infraestructuras, no hay pueblos, si os pasa algo no os puede ayudar nadie...” y de un grupo de “Rebeldes” que asaltaba a los autobuses para robar dinero) llegamos al acuerdo de que:
    1.  Nuestros pasaportes y bicicletas se quedaban en la aduana durante el día, y nosotros podíamos visitar la ciudad, con una copia de nuestro pasaporte. 
    2. Trabajadores de inmigración compraban un ticket de bus para nosotros (que nosotros debíamos pagar, claro está) hasta la ciudad de Myek, unos 300 km hacia el norte.
    3.  Dos trabajadores de la aduana nos escoltarían al atardecer hasta la estación de autobuses, se asegurarían de que tanto nosotros como nuestras bicicletas estabamos montados en el autobús, y sólo en ese momento y antes de que comenzase el viaje, nos devolverían nuestros pasaportes.
      Ese fue un viaje de 16 horas por caminos infernales, y tanto Hauke como yo podemos describirlo como el peor viaje en bus de nuestras vidas. Llegados a Myek sobre el mediodía, cubiertos de tierra y polvo, sin haber cerrado ojo y con todos los músculos de nuestros cuerpos contracturados, no pudimos hacer otra cosa que comer un gran plato de arroz con pollo y echarnos una siesta en el pequeño hostal en el paseo marítimo.
      Por la tarde pudimos disfrutar de la autenticidad de la ciudad y la simpatía de sus habitantes. Ese fué en primer momento en el que sentimos como si en vez de en un autobús, nos hubiesen metido en una máquina del tiempo y nos hubiesen transportado al pasado. Desde entonces, no paramos de apreciar similitudes con historias que conozcemos de nuestra niñez o de relatos de nuestros abuelos/as, que en algunos casos nos alegra ver que todavía hay lugares en el mundo dónde todavía se dan, y en otros casos nos entristecen.
      Una de las cosas que nos llamó la atención es algo con lo que nos encontramos en muchos otros países, por desgracia: la basura. No hay ningún tipo de sistema de recogida de basura; en el mejor de los casos, cada uno se encarga de quemar su basura en el patio de su casa. Pero la mayoría de los habitantes se limitan a tirarla al mar o en la periferia de la ciudad.
      Los siguientes 90 km hasta Palaw transcurrieron por carreteras y caminos de buena calidad, que pasaban por pequeños pueblos en los que todos sus habitantes nos saludaban, salían a vernos, iban al bar en el que parabamos a hacer una pausa. Tanto nuestros ojos como los suyos brillaban de curiosidad e intentábamos comunicarnos como fuese posible. Tenemos un libro del idioma birmano y ya somos capaces de construir varias frases simples. La gente responde de forma agradecida y aprecian nuestros esfuerzos. También se ríen de/con nosotros.
      A partir de Palaw comenzaría la siguiente aventura. Están construyendo todas las carreteras en el sur, por lo tanto, el trayecto que hicimos en bicicleta el día anterior, sería el único que recorreríamos en caminos en condiciones. A partir de ahí no fuimos capaces de hacer más de 55 km al día. Incluso nos hemos inventado una escala de grado de dificultad de “dirt road” (término inglés que define los caminos no asfaltados) que llega hasta el grado 6, nuestra peor tortura y la de nuestras bicis.


      CONSTRUCCIÓN DE CARRETERAS

       Las obras de construcción de carreteras se lleva a cabo de una forma tan tradicional que estreme- ce. A falta de maquinaria hay una gran cantidad de personas involucradas en las obras (en gran mayoría mujeres y niños), y las condiciones en las que trabajan son totalmente precarias.
       Las piedras las pican a mano, la brea la calientan en bidones sobre fuego a orillas de la carretera y luego la vierten personas en sandalias y sin ningún tipo de protección para la respiración, con ayuda de una especie de "regaderas de metal" agarradas por un palo. Nos dijeron que los trabajadores ganan unos 5 dólares diarios, pero que al ser un trabajo tan duro, no pueden trabajar todos los días. Además, esas personas son del norte de Birmania, y viven en cabañas al lado de la carretera, hasta que termine la obra. Estas informaciones no sabemos hasta que punto son fiables, ya que proceden de un millonario de la Yangoon que es propietario de minas en el sur; una de esas personas sacando partido a esta región.
      También otra de las deficencias estructurales de la zona sur del país afecta directamente al turismo. No sólo no hay carreteras, sino que tampoco hay hoteles ni nada de este tipo. Esta región está abierta desde hace dos años; hasta entonces era territorio controlado por el ejército, y no se permitía la entrada ni salida de nadie a excepción de por vía aérea y con visados especiales. Por ello, y teniendo en cuenta dos leyes en Birmania de las que ya estábamos avisados: 1. Está terminantemente prohibido acampar (considerando la cantidad de controles militares en esa zona, no nos vamos a hacer los listos.) 2. Para los habitantes está terminantemente prohibido invitar a extranjeros a dormir en sus casas o permitir que acampen en su jardín, bajo peligro de multa; durante nuestra estancia en el sur, estuvimos pernoctando en monasterios budistas (los hay por todos los lados). No sólo nos acogían si pedíamos ayuda, sino que al pasar por pueblos al atardecer, nos lo ofrecían, conscientes de que no llegaríamos al siguiente pueblo antes de que caiga la noche. También la policía nos visitó en algún monasterio para controlar nuestros pasaportes. Creemos que durante toda la trayectoria del sur, nos han hecho un seguimiento. Incluso ciudadanos de pueblos nos han dicho que sabían que íbamos a llegar, la policía les había avisado un día antes.
      Conforme iban pasando los días, iba bajando nuestra motivación y aumentando nuestra frustración. No avanzábamos, nuestras bicis estaban cada vez en peores condiciones, todo lleno de tierra. Nosotros íbamos cubiertos como un power ranger, con mascarilla de tela de protección para la nariz y la boca (sino no hay manera de respirar en esos caminos), gafas de sol (otra alternativa sería pedalear con los ojos cerrados) y cascos (o Hauke un sombrero a lo cow boy, no se trata de la velocidad, pero el sol...)

      Hicimos una pausa de dos días en la playa de Mau Ma Gan, donde tuvimos el placer de compartir una interminablemente larga playa con las personas locales,
      lo que nos agradó, ya que no es algo habitual en el resto de países asiáticos, donde este tipo de playas sólo las disfrutan los turistas. También invertimos mucho tiempo en limpiar la cadena, proteger partes de las bicis de roces, fijar los petates...  nuestra vuelta a la ruta, pudimos contemplar llenos de rabia cómo tan sólo después de dos horas de pedalear, nuestras bicis estaban como si no hubiésemos hecho nada: los guardabarros llenos de tierra, lo que hacía más duro el pedalear, la cadena volvía a hacer ruidos... Desmoralizante. Además, tras varios km en ese tipo de caminos, duelen las muñecas, el cuello y el pectoral, ya que se trata de una vibración y tensión muscular constante. 
      Ese día llegamos a una carretera bastante buena, y pensamos que la obra había terminado. Al día siguiente, al descubrir tras 15 km que el tramo de obras todavía no había terminado, y comenzaba de nuevo, decidiríamos pedalear lo que pudiésemos, pero intentar parar a todos los coches/camiones posibles, hasta pasar las obras, e intentar disfrutar el norte del país. Así fue, primero avanzamos 20 km en una hora en el remolque de un camión: ya eran 12 más de lo que hubiésemos avanzado en biciceta. El resto de trayecto hasta Mawlomyne, lugar donde comienza la Birmania que SÍ visitan normalmente los turistas, lo hicimos sentados cómodamente en un jeep con aire acondicionado.
      Es una ciudad muy bonita y verde, en la que merece la pena alquilar una moto para visitar la zona y disfrutar las vistas del precioso atardecer desde la pagoda situada en la colina más alta de la ciudad.
      Los tres siguientes días hacia Yangon fueron los 300 km más fáciles es carreteras birmesas. El problema sería que ningún hotel nos aceptaría, ya que como descubriríamos hay dos clases de hoteles: los de turistas y los que son para personas locales; así que algún día nos tocó pedalear 20/30km más de los que hubiésemos deseado durante la noche, hasta llegar a algún sitio donde hubiese un hotel que aceptase turistas. El paisaje eran arrozales, que hacían bastante difícil acampar y los monasterios en las zonas turísticas, no compiten con las empresas hoteleras.
      Yangon es una gran ciudad llena de vida en sus calles, pero con una brecha muy marcada entre clases sociales.
      Ahí reestructuramos la ruta de nuestro viaje, y mirando la corta duración de nuestro visado y la imposibilidad de una extensión del mismo, decidimos cruzar 600 km hacia el norte en tren para luego volver al norte de Tailandia, cruzando una región montañosa muy cerrada al turismo.
      El viaje en tren fue increible, era comparable a un vuelo con turbulencias severas. 600 km los recorrimos en 16 horas en un compartimento con literas para por la mañana llegar a Bagan, uno de los lugares más pictorescos, pero que desgraciadamente carece de la esencia que caracterizó al resto de Birmania: la hospitalidad. 
      Allí tuve un pinchazo con la bici mientras visitábamos los templos, y la gente en vez de intentar ayudarnos, nos intentaban cobrar precios desorbitados aprovechándose de la situación: incluso el coche que paró cuando hicimos autostop para ir al hostal, se convirtió instantaneamente en un taxi con precios de Nueva York.
      En fín, como transcurren las últimas semanas de Birmania, lo contaremos en otro post. Así que... estén atent@s, querid@s amig@s... 
      hasta pronto!


      Myammar. Teil 1.

      Die letzten zwei Wochen sind so voller Ereignisse gewesen, so dass wir mal wieder vor der Herausforderung stehen euch dieses Erinnerungsmosaik möglichst gut zu erzählen. Aus diesem Grund versuchen wir es einfach mal wieder chronologisch und versuchen Themen die uns am Herzen liegen an geeigneter Stele mit einfließen zu lassen.
      Der Weg nach Myanmar führte uns von Ranong auf thailändischer Seite mit einem kleinen Longtailboot nach Khathoung in Myanmar. Die Überfahrten mit solch kleinen Booten machen uns immer ein wenig Angst, da unsere Babys leider nicht schwimmen können. Mittlerweile sind diese Überfahrten ein wenig zu Gewohnheit geworden, gibt es aufgrund des Mangels an Brücken auch keine andere Wahl. Die erste Bootsfahrt war jedenfalls ganz besonders, stellt sie doch den Grenzübertritt in ein Land dar, dass bis 2012 fast völlig und insbesondere im Süden vom Rest der Welt abgeschnitten war.

      In Myanmar angekommen erwarten uns die ersten Hindernisse in Person der Immigration/Grenzbeamten, die uns unmissverständlich klar machten, dass sie uns mit dem Fahrrad nicht durch den südlichsten Teil des Landes fahren lassen würden. Nach langen und harten Verhandlungen, die Laura mit viel Geschick führte, wurde uns schließlich gestattet mit dem Bus nach Myeik durch das „gefährliche Gebiet“ zu fahren. Wir hatten bereits viel gehört und gelesen über eventuelle Probleme, die es geben könnte, nur waren die Informationen meist Vage und zum Teil widersprüchlich, so dass wir es einfach drauf ankommen lassen wollten. Im Süden soll es angeblich noch Rebellengruppen geben, die öfters Busse überfallen und uns wurde auch die Begründung gegeben, dass es wohl keinerlei Dörfer und Infrastruktur für ein sicheres weiterkommen gäbe. Darüberhinaus hat sich Myanmar dem Tourismus zwar geöffnet, jedoch steht es unter Strafe zu Campen oder bei der lokalen Bevölkerung zu schlafen. Dafür muss eine spezielle Autorisierung der örtlichen Polizei eingeholt werden, doch wie dehnbar diese Regelung im Grunde ist haben wir später noch feststellen können.
      Unsere Räder wurden mitsamt unserer Pässe von der Immigration konfisziert und sollten uns erst beim Einstieg in den entsprechenden Bus ausgehändigt werden. Wir verlebten einen wunderschönen Tag in der Stadt, besuchten unsere erste Pagode bis wir schließlich von zwei Beamten zum Busbahnhof eskortiert wurden. Der Bus und vor Allem die anschließende Fahrt war eines der härtesten Busfahrten die wir je erlebt haben. Zusammengekauert wie zwei Ölsardinen mit den Knien bis an die Brust gedrückt, da der Fußraum voll war mit allerlei Kartons, mussten wir 16 Stunden überleben. Der Vordersitz war so dermaßen eng an unseren gebaut, dass uns keinerlei Bewegungsspielraum blieb. Zu allem Überdruss waren die Fenster kaputt, der Sitz nicht fest montiert und dementsprechend beweglich und es war saukalt, von der Straße, die eigentlich nicht existierte ganz zu schweigen. Man stelle sich zwei Menschen möglichst platzsparend in einen Blechkasten gepresst vor, der gerade einen Hang runtergeworfen wird. Dementsprechend fertig waren wir nach 16 Stunden fahrt und 0 Stunden Schlaf, als wir in Myeik angekommen sind.



      Myeik allerdings haben wir genossen, als erste Stadt auf unserer langen Reise Richtung Norden. Das Essen war gut, das Bier auch und nach einer Mütze Schlaf und einer Dusche fühlten wir uns gleich besser. Myeik fühlte sich ein wenig an wie eine Zeitreise, da vieles so ist, wie wir es noch aus Geschichten kennen. Ohne die ganzen kleinen Details erzählen zu können, merken wir, dass sich dieses Land 40 Jahre vom Rest der Welt abgekapselt hat. Es gibt im Prinzip keine Müllentsorgung, im Besten Fall wird der Müll verbrannt und im schlimmsten einfach ins Meer gekippt. Dementsprechend sah der Hafen auch aus. Ansonsten wimmelt es in der Kleinstadt von kleinen Essensständen, die Leute sind freundlich, hilfsbereit und sehr neugierig.
      Exkurs Straßenbau:


       Fast überall auf der Strecke wird gebaut. Die Methoden sind sehr simpel und es werden in der Regel Menschen statt Maschinen eingesetzt. Die Arbeitsbedingungen sind extrem schlecht und Gesundheitsgefährdend.
        Teer wir dabei in Tonnen über Feuer erhitzt und Arbeiter schöpfen es in Flip Flops und ohne jeglichen Mundschutz ab um ihn auf der Straße zu verteilen. Die Steine werden zum Teil mit der Hand kleingeschlagen und von Hand auf der Straße verteilt. Eine Person hat uns erzählt, dass ein Arbeiter ca. 5 $ pro Tag verdient, allerdings handelt es sich bei der Quelle um einen schwerreichen Mienenbesitzer und daher ist die Angabe kritisch zu betrachten. Jede Menge Kinder zwischen 8-12 Jahren arbeiten auf diesen Baustellen und sind wohl Teil der Familien, die zum Arbeiten in diese Region gekommen sind und am Wegesrand ihr sporadisches Lager aufgeschlagen haben.
      Nun ging es wieder auf die Räder und die ersten 90km bis nach Palaw verliefen gut auf einer asphaltierten Straße, was wir auch einem Tag zurücklegen konnten. Leider haben wir uns etwas zu früh gefreut, denn die Straßenverhältnisse sollten sich noch rapide verschlechtern. Bis Dawei hatten wir hunderte von Kilometern mit extrem schlechten Straßen zu tun die fast überall sich im Bau befunden haben.
      Wenn wir von schlecht sprechen, dann meinen wir auch schlecht. Auf unserer eigens entwickelten Dirtroad-Skala (1-6) war der größte Teil 4-6, also gesäumt mit faustdicken Steinen, die halb aus dem Boden rausgucken. Daher mussten wir mehr Slalom fahren als geradeaus und nach ein paar Tagen taten uns die Handgelenke und der Nacken so dermaßen weh, dass wir uns ernsthaft Gedanken über unser Fortkommen machten. Auf solchen Straßen machten wir ca. 40km am Tag und waren danach extrem schlecht drauf. Das Einzige, was uns am Abend wieder Auftrieb gegeben hat ist die Herzlichkeit der Menschen, die uns überall in unvorstellbaren Maße begegnet. In der Regel grüßt einen jeder Mensch auf dem Weg und ist interessiert was wir so machen und warum und überhaupt. Das zwei Menschen freiwillig mit dem Fahrrad eine solche Strecke machen stößt bei den meisten Menschen in dieser Region auf Verwunderung und Anerkennung. So wurden wir des Öfteren Eingeladen, uns wurde Wasser aus den vorbeifahrenden Trucks gereicht und uns wurde mehrfach versichert, dass uns jeder Mensch helfen würde, wenn wir sie bräuchten. Ein Besonderes Kapitel in diesem Bereich stellen die Übernachtungen dar. Da es kaum Infrastruktur gibt und schon gar keine Hotels, mussten wir des Öfteren in Klöstern schlafen. Meist kam die Dorfpolizei vorbei, um uns aus welchen Gründen auch immer zu registrieren und ihren Segen zu geben. Um uns wurde sich rührend gekümmert. Wir bekamen ein großes Abendessen bestehend aus Fisch, Reis, Schweineteilen (alles erdenkliche) und vielem mehr, dass sich unserer Kenntnis entzieht. Das Selbe gab es dann noch mal zum Frühstück. Mit zwei Klumpen Reis im Magen ließ es sich dann auch gut fahren und der morgendliche Toilettenbesuch viel auch kürzer aus als gewöhnlich.
      Nach dieser Dirtroadtortur haben wir uns dann ein paar Tage Pause in Maung Ma Gan gegönnt, wo ein herrlicher Strand zum bleiben einlädt. Das Besondere hier ist, dass es ein Strand ist, der fast ausschließlich von lokalen Einwohner zur Entspannung genutzt wird, was in Südostasien heutzutage eher selten der Fall ist. Während unseres Aufenthalts bröckelte auch schon langsam unser Dogma alles mit dem Fahrrad fahren zu müssen. Da wir nur kleine Sprünge machten und wir in vier Wochen mehr von Myanmar sehen wollten als den Süden haben wir uns dazu überredet bei anhaltenden schlechten Straßen weiterzutrampen. Als nach dem ersten Tag auf der Straße nun auch noch Regen einsetzte und die Straße zu einer Schlammpiste wurde war es soweit. Wir hielten sehr erfolgreich LKW’s und Jeeps an, die uns letztlich über Yeh bis Mawlomyne brachten. Von da waren es nur noch 3 Tage (300km) bis Yangoon, die wir mit Freuden auf guten Straßen auch hinter uns brachten.  Yangoon selbst ist eine Großstadt mit der größten Pagode der Welt. An der Spitze der Pagode prunkt ein riesiger Diamant und insgesamt sind noch viele weitere an ihr zu finden. 
      Ein Großteil der Pagode ist aus Goldplatten gemacht und lässt uns das ein und andere mal wieder mit kritischen Gedanken zurück Auf der Ganzen Strecke gibt es unzählige Tempel und Pagoden, meist reich verziert und von unvergleichbarer Schönheit. In den Dörfern sind die Menschen an der Straße am Spendensammeln für immer neue religiöse Bauprojekte während wir die Schulen meist im verwahrlosten Zustand sehen. Uns drängt sich einfach der Gedanke auf wie viel Schulen, Ausstattung und Infrastruktur finanziert werden könnte, wenn die gesammelten Gelder
      zumindest zum Teil nicht in religiösen Prunk und noch ein weiteres Kloster gesteckt werden würde. Sicher ist es nicht an uns die buddhistischen Bedürfnisse der Bevölkerung zu kritisieren, jedoch fallen uns die Nöte an anderen Stellen durchaus auf.
      Nun sind wir mit dem Zug nach Pagan im Norden und überbrücken somit ca. 600 km. Die Zugfahrt ist ähnlich holprig wie die Busfahrt, nur im Schlafwagen viel gemütlicher.

      Ende erster Teil...

      Es folgt... (Bagan, Mandalay und der hoffnungslose Versuch mit dem Rad über die Berge durch den Shan State nach Thailand zu kommen)